
Carisma y Epiritualidad
Las Constituciones, en sus números centrales, presentan la identidad de la ECR configurada esencialmente (pero no sólo) por tres elementos: el servicio de Dios (la gloria de Dios), la ayuda intensa a los prójimos (la salvación de las almas) y la obediencia lúcida (como disponibilidad), todo esto dentro de un cuerpo apostólico (comunidad). Una ayuda a los prójimos que es concreta: la práctica de los Ejercicios de San Ignacio.
Así se refleja en la “Regla” aquello que comenzaron a experimentar las tres primeras hermanas, aún antes de la vida común y del nacimiento del Instituto. Sabemos que desde el principio, Pedro Legaria entendió la obra que comenzaba como una “obra novedosa”, con nuevas herramientas (las casas de Ejercicios, la conversación y el trato personal) nacidas como fruto de un gran celo apostólico y un amor apasionado por Jesucristo. El “celo por las almas” brota del mismo amor de Cristo que le llevó a entregarse y dar la vida por todos.
Es la misión y la espiritualidad de los Ejercicios los que da origen y cuerpo a un pequeño grupo apostólico en Murchante: la misión está viva, es los primero en la historia.
Pedro quería que sus hijas se convencieran de la “importancia y trascendencia suma de esta Obra, que tan del agrado de Jesús es, porque sus fines no son otros que el conquistar almas para Dios, según requieren los tiempos actuales”. Las forma, las anima y las estimula, mostrándoles los horizontes de la nueva obra, confiando en la originalidad y la intensidad del proyecto. Tan convencido estaba Pedro de esto, que al terminar uno de sus encuentros “formativos” con las tres primeras hermanas, les dice:
“Y veis vuestra obra, esto es un pequeño resumen. Es hermosísimo, estupendo, como nunca se ha visto”.
Las Constituciones recogen este espíritu “magnánimo”, y amplían, todavía, sus grandes horizontes: las ECR deben “estar siempre dispuestas a ir y hacer vida en cualquier parte del mundo, donde se espera más servicio de Dios y ayuda de las almas” [Ce 17].